domingo, abril 29, 2007
CARICIAS PERDIDAS
Aletean con inexperiencia, pues eso de andar volando no es cosa de ellas.
Sin embargo, es agradable sentir la brisa que levantan en su intento de ser mariposas.
Lo único a lamentar es la fugaz consistencia de sus alas: tienen demasiado de recuerdo.
Y que, además, las mate la ausencia.
martes, abril 24, 2007
PENSAMIENTOS OCULTOS
Así el pobre armario no se atreve a abrir la boca, para que no lo indigesten con naftalina.
Sólo de noche, a salvo en la tranquila oscuridad, se anima (a veces) a emitir algún rezongo crujiente y destemplado.
lunes, abril 16, 2007
INDICIOS III
Él te está fumando a vos -le decía yo siempre.
Pero él no me hacía caso, y seguía prendido al pucho, igual que a la teta de la vieja cuando era un crío.
De todos modos, tampoco me esperaba esto, pienso, mientras miro la sopa que se enfría, y en la que flota un poco de ceniza, que no sé si es del cigarrillo o del hombre que se hizo humo frente a mis ojos.
DOS SUEÑOS DE MARIPOSA
Una mariposa sueña que es un hombre llamado Chuang Tzu. Al despertar, aterrada, intenta olvidar su pesadilla. Pero es en vano. Sigue siendo un hombre.
SEGUNDO SUEÑO
Una mariposa sueña que es una mujer enferma, acostada boca arriba sobre un barco que se hunde.
No entiende por qué la mujer está contenta, hasta que, después del horror del naufragio, se ve volar, brillante mariposa, hacia el sol.
domingo, diciembre 17, 2006
Renacer
Después de recuperar las fuerzas se incorporó. El paisaje era una hermosa postal desierta. Perder la calma ante la soledad no era buena idea, se sentó en la arena y dejó caer la cabeza sobre su pecho. Cuando alzó la vista su asombro fue incomparable. Vio un ave, la más hermosa que pudiera existir, sobre una roca. Púrpura, rojo, oro ... componían un arco iris entre sus plumas. La hermosura misma se erguía frente a la tristeza.
El ave la miró, desplegó sus alas y remontó vuelo. Un extraño alivio invadió a Katerina.
El ave descendió sobre las rocas y allí permaneció hasta el atardecer, como si no quisiera abandonarla. Con la luz del ocaso los colores se intensificaron, brillaban, parecía una llamarada en las rocas.
-¡Allí!!! ¡Allí hay alguien!!!- escuchó Katerina y unos hombres se le acercaron.
- ¿Quiénes son ustedes?
- No se asuste, no la vamos a dañar. Vimos el fuego desde nuestra embarcación.
- ¿Fuego?
- Si, el que hizo sobre la roca… si no la hubiéramos visto, señorita…¡mal la hubiese pasado en esta isla desierta!”
Katerina miraba sin entender. Vacilante, se acercó a las piedras; encontró cenizas y entre ellas un pequeño huevo que comenzaba a romperse. Los hombres la llamaban, ansiosos de volver al barco antes de que oscureciera. Fue hacia el bote, Agradecida, supo que ella también había vuelto a nacer.
domingo, diciembre 03, 2006
Lengualarga
Jamás lo hubiera creído…
Pero un día…¡Zas! Entró en confianza. ¡Y haberla visto! Parecía que sólo iba a decirnos algo. ¡Pero no! Su lengua comenzó a desenrollarse, y desenrollarse, y desenrollarse, y desenrollarse. ¡Y llegó hasta la esquina!
No podía entender cómo había cabido semejante lengua en aquella boquita, tan dulce, tan pequeñita.
Y siguió nomás. Pensé que eso era todo. Su lengua dio vuelta a la esquina, y le perdimos la pista. ¡Parecía no tener fin!
¿Y Laila? Bueno, lo mismo de siempre: pestañaba con delicadeza, jugaba con una de sus trenzas, se miraba la suela de los zapatos. Como si ella y su lengua no tuvieran nada que ver.
Entonces, le pregunté si sabía cómo hacer para detenerla. ¿Alguna vez han intentado hablar con la lengua afuera? Bueno, hagan la prueba. Con mucho esfuerzo intentó decirme algo, pero no le entendí ni jota. Y la verdad, es que me estaba empezando a aburrir: no hablaba, y cada vez que lo hacía, terminaba por salpicarme de pies a cabeza. ¡Ya no la soportaba más!
Así es que, con la excusa de buscar a su lengua y traerla de regreso, fui a dar una vuelta manzana.
A medida que fui avanzando por la vereda, la lengua de Laila lo hacía a mi lado. Lamió el helado de chocolate de Violeta, barrió algunas hojas secas, se enredó en las ruedas de un triciclo, despeinó a una vecina. Dobló la esquina conmigo, y juntos terminamos de dar toda la vuelta manzana. Hasta llegar a donde estaba Laila, esperándonos.
Su lengua terminó por caerme más simpática que ella. ¡Mucho más divertida! Claro: eso nunca se lo dije.
Laila le pidió que regresara. Pero su lengua no le hizo ningún caso. Entonces intentó atraparla. No se podía ir demasiado lejos. Después de todo, seguía saliendo de su boca. Y seguía siendo su lengua.
¿Y qué pasó? Bueno, si algún día pasan por las calles Céspedes y Freire, las podrán ver. Ahí están. Hasta el día hoy. Laila y su lengua. Su lengua y Laila. La una tras la otra. La otra tras la una.
Nadie entiende bien quién intenta atrapar a quién.
Dicen que ya dieron más de diez mil vueltas a la manzana. También hay quien perdió la cuenta.
martes, noviembre 28, 2006
¿Quieren visitarme?
Para no ocupar espacios de más, he puesto nuevos escritos en mi propio blog: olgalinares.blogspot.com
Si quieren darse una vueltita por allí... Gracias
sábado, noviembre 25, 2006
Nación Cracovia
lunes, octubre 23, 2006
¡Qué animal!
domingo, octubre 22, 2006
Letras y letrinas
Nuestras señoras polacas
Entonces abro un cajón. Agarro un papel. Escribo una palabra. Una palabra con forma de idea. Me como el papel. Me meto de nuevo la mano en la cabeza. Y… voilá! ¿Pero para qué quiero yo una idea adentro de mi cabeza? Eso no lo sé.
Me cuelga una idea de una de mis trenzas y dice así:
En Polonia hay dos señoras. Una es muy gorda. La otra también. Toman ginebra a toda hora. Y cuando sonríen un poco, ya se van a dormir.
Me cuelga otra idea de la lengua. Aquí va: Cuando estas dos señoras se acuestan, sus sueños son visitados por tortas y pastafrolas. Es por eso que cada día se despiertan más y más gordas.
Camino y me cuelgan ideas de los pulgares de los pies. Algunas me hacen cosquillas. Pero, básicamente, las ideas dicen algo así:
Estas señoras polacas deciden no juntarse más a tomar ginebra. Las risas de las ginebras son las causantes de esos sueños tan dulces y tan altos en contenido calórico. Ahora se juntan a jugar a la baraja y a comer pastafrolas y tortas, que juntas cocinan por las tardes.
Se me resbala otra idea, desde el interior de mi nariz, y esta vez espero que sea la última. La idea dice algo más o menos así:
Cuando estas dos señoras se acuestan, de ahora en más sus sueños se bañan y se zambullen entre cascadas de ginebra. Toman hasta el hartazgo y así es como se despiertan, todas las mañanas: muy esbeltas y sonrientes, nuestras señoras polacas.
viernes, octubre 20, 2006
Otra niña angurrienta más
Camino. Y me cuelgan ideas de los pulgares de los pies. Algunas me hacen cosquillas. Pero, básicamente, las ideas dicen algo así:
Hablan sobre Adela: una niña con la boca abierta a 360º. Siempre.
Él que se para frente a ella puede ver de una sola vez todo su interior. No sólo su paladar y campanilla. Si no también todos sus aparatos. Digestivo, respiratorio, cardiovascular, urinario y reproductivo.
No sólo eso: también sus aparatos electrónicos. Radiodespertador. Microondas. Televisor. Computadora. Minicomponente.
Y es por eso que tiene la boca tan abierta, me enteré el otro día. Resulta que la última vez que ingirió uno de estos aparatos, no pudo volver a cerrar su boca otra vez. Algo pasó con sus mandíbulas. Fue un televisor de 27 pulgadas. Una suerte.
Ese año en la escuela pudieron ver el mundial en los recreos.
¡Pero pobre Adela! Cuán complicado es tomar su chocolatada por las mañanas. Hacerse gárgaras. Masticar chicle. Decir el abecedario. Enojarse con pucherito. Comer tallarines.
Pero nada comparado con su primer beso….
Mejor me ato los cordones. Nadie quiere escuchar semejantes ideas.
UNIÓN INDISOLUBLE
Iba y venía con un andar histérico de gallina, sin hallarse a gusto en sitio alguno, buscando algo que de pronto le faltaba.
A su alrededor, todo era como debía ser, dadas las circunstancias; sólo ella se sentía extraña, fuera de sitio, en una soledad que ya no era compartida.
Porque estaba sola, a pesar de estar rodeada de gente. Como siempre.
Todos giraban a su alrededor, mariposas nocturnas, con sus ropas oscuras, sus rostros serios, sus condolencias que no le llegaban. Veía moverse sus bocas y adivinaba las palabras que caían, en secuencias de película muda, y se quedaban sobre el cuadriculado piso como minúsculos trozos de cristal. Inútil, todo inútil.
Por momentos intentaba recostarse en la silla, pronta a desvanecerse, presa de ese remolino humano que giraba alucinante, agotador, confuso.
Tenía la cabeza llena de preguntas sin respuesta: ¿cómo iba a seguir viviendo sin él? ¿qué iba a suceder con ella? ¿por qué no pudo evitar perderlo?
La masa ondulante pareció abrirse, como un mar hendido por la quilla de un barco invisible.
Levantó los ojos para ver a esa mujer avanzar hacia el cajón. La furia la sacudió.
¿Cómo se atrevía a acercarse siquiera? ¡Era culpa de ella, ella manejaba el auto cuando se estrellaron, ella...! ¡Maldita, maldita mujer! No, no le importaba que fuera su esposa, él siempre le había pertenecido a ella, la que había estado a su lado desde el principio, que había seguido sus pasos con una fidelidad de perro, sin que él pareciese siquiera darse cuenta de su existencia, de su amor incondicional.
¡Pero cómo se habría sorprendido si no la hubiese encontrado todos los días acurrucada junto a él, fundida a su existencia, tan parte de su vida! Tan acostumbrado a ella, aún en su indiferente aceptación de la sumisa compañía, que se hubiese sentido desnudo si ella lo hubiera abandonado alguna vez.
Sí, había sido mucho más suyo que de esa intrusa.
Esa, la que ahora lo había empujado tan lejos de sus brazos, al desconocido país del más allá, donde ni siquiera ella podía seguirlo.
Quiso gritar, abalanzarse sobre la rival, torbellino de odio ciego y desesperado, ahogarla con sus brazos de humo. Pero ya no tenía fuerzas.
¿Era esto el final? ¿Sería también el momento de su muerte?
Vacilante, se levantó, sintiéndose cada vez más inconsistente, un frío polar subiéndole desde los pies hacia la cabeza, como si un veneno implacable se distribuyese por todo su cuerpo, paralizándolo.
Salió a la calle dejando atrás a la gente, a la mujer que se lo había arrebatado, al turbio olor de las flores que también agonizaban, como ella y, resignada, se deshizo en la oscuridad nocturna, integrándose a ella, aceptando su destino.
¿Qué otra cosa puede hacer una sombra, cuando quien la proyecta ha muerto?
De sombras
Al derivar sobre la acera parecía una pequeña nube, un fantasma de cenizas, un trazo de carbonilla; a su paso, el calor de enero se enfriaba en las baldosas amarillas, en una súbita escarcha oscura; sin notarlo, la sombra marchaba rápidamente, sintiéndose más y más liviana a medida que la distancia crecía.
Había cargado el peso de ese hombre durante demasiados años, sin ser tomada en cuenta para nada; había sido arrastrada sobre aguas turbias, sobre arenas ardientes, sobre rocas agudas, sobre calles heladas... Ya no quería seguir viviendo de ese modo.
Cuando al fin él notó su ausencia, ella volaba junto a una bandada de golondrinas, azabache y libre como ellas, rumbo al horizonte.
Desde entonces, moró en el país de la noche.
Hasta ahí no llegaban, por suerte, los lamentos del abandonado.
Arpegios y dragones
Nicolás soltó las teclas cuando en la mitad del Opus 15 de Schumann salió del interior del piano un dragón.
–Nico, no escucho que estés practicando –gritó la madre desde su estudio.
Las alas púrpura planearon por la sala y sin apuro descendieron sobre el jarrón de porcelana. Los ojos gatunos se clavaron en la nuca del muchacho, como un águila que ha visto a su presa y espera el momento adecuado para atacar.
Las manos de Nicolás fueron las únicas que se atrevieron a moverse y, sin prestar atención a las partituras, danzaron un famoso nocturno de Chopin. Tres sirenas chapotearon dentro del piano y casi sin salpicar saltaron hasta la biblioteca y tararearon la melodía mientras se peinaban. Hubiera deseado hablar con ellas pero su madre estaba de muy mal humor esa mañana, por lo que prefirió dedicarles el “Sueño de amor” de Liszt, mientras el sol escalaba los estantes finamente decorados, escabulléndose entre los lomos de las enciclopedias y estallando en mil arco iris desde la enorme araña que dormitaba en medio de la sala. Un grupo de hadas se descolgaron de las estatuas inmaculadas para zambullirse en la alfombra.
Las sonatas de Scarlatti despertaron a duendes, dos ogros y siete enanos. El entusiasmo se convirtió en risitas ahogadas cuando un concierto para piano de Mozart invitó a un grupo de salamandras a chisporrotear de satisfacción y lanzarse a las crepitantes llamas del hogar.
Después vinieron las ondinas de Beethoven, los gnomos de Ravel y una imponente ave fénix que Chaikowsky liberó del interior oscuro del piano y que terminó consumiéndose en un magnífico final.
Nicolás estuvo tentado a jugar con las teclas pero los tacos de su madre estallaron sobre el piso del pasillo, acompañados por unos zapatos desacompasados.
–Tómese su tiempo –le dijo la mujer al afinador mientras se acercaban-. Nicolás acaba de terminar por hoy.
El niño se puso de pie y miró como el hombre de gris se metía dentro del piano.
–Lo usan mucho ¿no?
–Efectivamente, cuando mi hijo concluye sus ejercicios comienzo yo, usted sabe, cinco conciertos al mes, una gira, alumnos, el piano casi no se detiene de la mañana a la noche.
–Claro, claro –dijo sacando una ballesta, un martillo parecido al Mjlorin de Thor y un anillo lleno de runas que su madre supuso que pertenecía a los Nibelungos.
Nicolás miró por la ventana, al jardín y pensó en nuevas melodías, ritmos más alegres, arpegios, escalas, melodías coloridas, ligeras, profundas y emotivas, pero sabía que no le estaba permitido salirse de la partitura.
–Listo, ¿sería tan amable de probarlo por favor? –sonrió el hombre, adulador.
Su madre apenas se ruborizó, cerró los ojos y con medida exactitud desenrolló el Claro de luna de Beethoven, apagó al sol y permitió que la luna se escurriera por las columnas finamente ornamentadas, los cuadros ahora grises, los sillones románticamente monocromáticos. El afinador respiraba cada nota con deleite.
–Perfecto –dijeron ambos y regresaron al pasillo mientras el sol los acompañaba estirando las últimas sombras de la tarde.
Nicolás se quedó sólo frente al piano y disfrutando sus pocos segundos de soledad improvisó unas notas y un galeón pirata surcó la sala impregnada de sal.
Las ilustraciones son de los libros de Seres Mitológicos Argentinos (Albatros) y de Dragones del mundo (Ediciones B)
Tres Limericks
Si ves, amigo, a una dama verdosa,
regordeta, con tules, esponjosa;
arrugas de tortuga
y piruetas de oruga;
No hay dudas: es lechuga mantecosa.
2
Una señorita morena y fina,
por su origen y alcurnia, mandarina,
de pronto dio un gran salto
y desde allá, en lo alto,
a todos advirtió: ¡soy tinta china!
3
Si un felino con esfuerzo titánico
evita que su dueña entre en pánico,
pues sin ningún maullido
el coche ha subido,
es que el felino es un gato mecánico.
Un cuento cortito
La palabra era "ceremony"
[gragry]
Era una hermosa ceremonia donde todos ocupaban el lugar adecuado: las
flores, las luces, hasta las moscas... Era el día adecuado para la
ceremonia, no había viento, no hacía frío, ni calor que también puede
ser muy molesto. Lo único inadecuado era el anfitrión: estaba muerto...
April 4, 2006 07:53 AM
La novia de Quasimodo
Era evidente que se trataba de una misión suicida. Cierta vez, delante de algunos chicos del grado, había dicho que ella le gustaba y se le habían reído en la cara. A lo lejos había escuchado incluso que decían cosas como “La bella y la bestia” o el clásico “Quasimodo”.
“¡Quasimodo!”- había saltado como loca su mamá en la reunión de padres acusando a algunos de los varones y a alguna que otra nena. Por eso, la maestra había empezado al día siguiente con un discurso acerca de que todos éramos iguales, que la tolerancia y que íbamos a iniciar un proyecto acerca de los derechos humanos.
Sin embargo, a pesar de todo, él tenía cierta esperanza en conquistarla. Cada vez que pasaba frente a sus amigas las veía cuchicheando. Se aferraba a la idea de que era porque ella sentía algo. Pero… ¿Cómo alguien como Eleonora se enamoraría de él?
- Es por mi defecto que me miran- pensaba.
Anhelaba que aunque sea por una vez todo fuera diferente.
La cosa es que ahí estaba el buen Agustín, dispuesto a ir hacia aquella aula con la idea de decirle a su maestra que la Directora la había mandado a buscar.
¡Verso! Una vez afuera la llevaría debajo de las escaleras de comedor para declarársele.
¡Hay que reconocer que tenía agallas!
Su papá, siempre le había aconsejado que a pesar de cualquier circunstancia complicada, debía confiar en quien era. Claro que su papá ya era un tipo grande, biólogo, casado, con cuatro hijos, etc. y sin un defecto como el suyo.
-Soy un buen pibe, toco el piano, mi familia me quiere…- se decía Agustín mientras se dirigía a la muerte.
Lo vi pasar al lado mío todo fruncido, decirle a la maestra que no se sentía bien y que le había caído mal el desayuno.
Debido a su problema, ella le permitía hacer de todo. De modo que lo dejó salir.
Recorriendo el largo pasillo, viéndolo agitado, la secretaria le ofreció un té. Por alguna razón en la escuela siempre te daban té. Te rompías la cabeza: té, tu gato había muerto: té…
Él lo rechazó y siguió de largo.
Y así fue como, al cabo de cinco minutos, irrumpió en el aula de sexto.
Se hizo un silencio. - ¿Qué necesitas, querido?- le dijo la maestra y aunque le hubiese gustado decir “El amor de tu alumna” se remitió a lo que tenía guionado.
- Me mandó la directora a buscar a Eleonora Ritz para una prueba del coro.
¡Era la historia más ridícula del mundo! No había razón por la cual la llamarían a ella sola, no sabía si Eleonora cantaba y para colmo a él jamás le enomendaban tareas como esa.
No obstante, en unos pocos segundos, se hallaron saliendo juntos del grado. Algunos chicos chiflaron siendo reprimidos de inmediato.
- ¡Hola!- dijo Eleonora.
- ¿Cómo estás?- le contestó él y acto seguido empezaron a dar vueltas por el colegio.
Él caminaba con fingida seguridad y ella iba detrás en silencio. En determinado momento, pasaron por delante de las escaleras en donde había planeado hablarle. Era el momento esperado. ¡El camino le había parecido eterno! Pero siguieron de largo.
Cuando ya no quedaba espacio del colegio por recorrer, ella lo detuvo tomándole el hombro.
- ¿Qué querés?- le dijo.
Él contestó que “nada”, que la habían mandado a llamar y que la acompañaba un ratito y se volvía para el aula de quinto. Tras lo que se fue corriendo.
Entró al aula sudando. La maestra le preguntó si no quería que llamaran a su casa para que lo vinieran a buscar.
- ¡Siiii!- dijo cobardemente.
Seguro Eleonora ya estaría contándole lo extraño que era a todo el mundo y a la salida se encontraría con dibujos de corazones, de Quasimodo y cosas por el estilo.
De pronto, como el ángel de la muerte, ella hizo su aparición. Más chiflidos.
- Busco a Agustín Pregazzoni- dijo. Necesito decirle algo.
¡No recuerdo momento de mayor tensión en toda nuestra escuela primaria!
Apenas fuera, ella lo tomó de la mano, lo llevó a las escaleras y lo beso. Luego, le guiñó el ojo y volvió a su curso.
¡No entendíamos nada al enterarnos! Era el fin de las certezas. Un ataque marciano hubiese provocado menor sorpresa que aquello. Darle un beso a Agustín era equivalente a proponerle matrimonio a la directora.
Las habladurías no se hicieron esperar. Algunos contaban que por las noches iba a leerles cuentos a los desamparados, que su padre era manco y mil historias por el estilo.
¿Estaba enamorada o era todo para hacerse la diferente?
De grande lo supe: simplemente ella había elegido bien. Agustín era un chico fantástico y lo había descubierto antes que nadie.
Terminada la escuela, a él jamás lo volví a ver. Dicen que está casado, que tiene dos hijos y una casa de instrumentos musicales.
¿Qué fue de ella? Les cuento: es la persona que yo elegí.
miércoles, octubre 18, 2006
El viejo se incorpora en el lecho revuelto y agrio.
La noche, lagarto azul, se le había deslizado por encima y ahora, sentado en el borde hostil de la cama, deja avanzar la certidumbre del alba. Pequeños animales huesudos y hambrientos, sus pies parecen no querer soportar el peso de un nuevo día y las manos, laxas sobre las rodillas, tienen algo de súplica. Aún hay tierra bajo las uñas algo violáceas.
Amanece, y una algarabía de gorriones se cuela por la ventana.
La respiración del hombre, entrecortada, es solo una dolorosa costumbre.
Con un suspiro se pone en pie y deja la habitación. Se detiene en el pasillo, titubea; luego, entra al baño. Los rituales cotidianos se le vuelven imprescindibles, madero al cual se aferra tras el naufragio.
Enfrenta su rostro con la cotidiana sorpresa de sentirlo ajeno, desconocido aunque familiar a la vez. Los ojos abren un abismo de oscuridades sobre la máscara diurna. Casi con ternura de madre pasa sus manos por el pelo blanco, por las mejillas resecas, pero el gesto misericordioso no aleja las preguntas.
Volver lo había regresado a la infancia. En la cocina de pisos carcomidos creyó ver una sombra, tan sepia como las fotos que imagina agazapadas en los cajones oscuros, tanto tiempo inviolados. Como si hubieran estado esperando su retorno.
Nunca había entendido.
Solo supo que una mañana la mano que olía a lejía y albahaca no lo había despertado como siempre, abriendo sus ojos al brillo del pesado medallón con la dulce cara de la Virgen.
Al bajar en busca del desayuno, solo halló vacío y silencio
.(Le parece verse como entonces, pequeño y delgado, perdido en una tierra de pronto desconocida.) Había sentido frío y miedo, y con esos dos mastines a los talones corrió hacia la sala.
Allí estaba su padre, la mirada extraviada en algún árido paisaje.
Tardó en encontrar el camino de regreso hacia el hijo. Luego lo estrechó, casi con crueldad, y el niño percibió los temblores de ese cuerpo para él inmenso. Lo sofocó una miasma de tabaco, vino, tierra húmeda y sudores agrios.
Con voz torpe, el hombre le habló de abandonos, de ingratitudes. Un odio sin destino embebía las palabras chirriantes, salidas a borbotones.
El chico no pudo comprender entonces lo irremediable de la ausencia, pero lo aprendió en el sucederse de mañanas despobladas.
No hablaron nunca más de la mujer que los había traicionado. Pero su figura no dejaba de rondar los lugares del hábito: la veían en el movimiento de la ropa tendida, en el florecer insistente de sus rosas, en los mínimos gestos cotidianos que el vacío devoraba. Parecía sentarse a la mesa en cada comida, para mirar con ojos críticos los desvaídos esfuerzos del marido abandonado, el creciente desaliño de cosas y personas.
Terco, el hombre no quiso traer ayuda del pueblo; decía no necesitar a nadie que rondase su casa haciendo preguntas ni sintiendo lástima por ellos.
Pero solía derrumbarse, ebrio, bajo el naranjo que había plantado poco después de aquel inaugurar soledades.
El árbol se llenaba de azahares y frutos con una alegría acaso fuera de sitio, pero constante como el recuerdo.
Desde las fotos los ojos mediterráneos regresaban sin olvidos. Ambos sentían las miradas inmóviles desplegándose por la casa, como reclamando sus derechos, pero ninguno se decidió a guardarlas; el tiempo, haciéndose cargo, las amarilleaba lentamente.
A ellos los condenó a la monótona perseverancia de las cosechas, encorvándolos sobre los surcos que nunca producían demasiado; lunas y soles tejían sus rondas sobre las cabezas agobiadas, destiñendo una, oscureciendo otra.
No hablaban, contagiados acaso de la avara parquedad de la tierra; pero en la mirada acuosa del padre el muchacho revivía, a veces, aquel lejano abrazo de hierro en torno a su cuerpo. Desde aquel día evitaba tocarlo, como si en su piel percibiese el aroma de otra largamente añorada.
Una mañana cualquiera había salido de la casa para caer crucificado al pie del naranjo que lo cubrió, compasivo, de perfumada blancura. El hijo sólo pudo cerrarle los ojos, obstinadamente fijos en el árbol y en algún antiguo espanto.
Después del entierro se fue. A solas, ya no podía soportar el silencio.
Tiempo después conoció a Livia, y con ella la pasión y la ternura. Los hijos redondearon una felicidad modesta y confortable. Juntos envejecieron.
Después, también ella lo dejó sin explicaciones. Sin su mujer todo se le volvió ajeno; los hijos, ya adultos, vivían sus vidas y no llenaban la suya. Entonces pensó en la casa, en regresar a sus raíces.
El campo se había transformado en un yuyal hirsuto y en el jardín las rosas agonizaban; harto de ausencia, el naranjo se alzaba seco y desnudo; mirándolo todo, el hombre levantó espejismos, soñó reconstrucciones.
En el pueblo inmóvil como una fotografía había comprado otro naranjo; esperaba verlo florecer con la misma constancia dulce y rotunda del primero, su aroma esparciéndose sobre la zozobra de la casa y el hombre. El árbol era promesa, era esperanza.
Con vigor antiguo había hundido la pala en la tierra endurecida. El tronco seco resistió, como si manos invisibles lo sujetasen a la tierra. Pero el viejo estaba resuelto. Sentía con vago placer el sudor reptándole por el cuello, abriendo caminos sobre su cuerpo enjuto.
Dos obstinaciones se enfrentaban, la del árbol muerto y la de su deseo absurdo. Por fin, a regañadientes, las raíces alzadas hacia el silencio del cielo, el naranjo cayó.
Debajo, abriendo los terrones como un cuchillo, amarilleaba un esqueleto.
Huesos antiguos, como azahares marchitos entre jirones de tela podrida.
Tembloroso, con manos que parecían no pertenecerle, el viejo había sacado los despojos, acomodando el pálido rompecabezas al borde del pozo.
Casi fundido a la tierra encontró el medallón. Aquel que se había balanceado ante sus ojos en otro tiempo, otro mundo, otra vida...
Gritó, aulló, sollozó en agonía, acunando su desamparo, hasta quedar él también como crucificado sobre la tierra, deseando la muerte o la locura, la piedad de los azahares inexistentes, el olvido...
Cuando pudo levantarse el cielo se abrumaba de estrellas. A tropezones llegó a la cama, cayendo sobre ella con pesadez de cadáver.
Ahora, en el amanecer implacable, el viejo rumia angustia, vacío de sueños.
Con dedos torpes abrocha la camisa que hoy le resulta áspera; lucha, en vano, contra el peso terrible que le encorva los hombros.
Después sale a la reluciente inocencia de la mañana, para siempre fuera de ella.
Un Cuento, Suculento... Para inaugurar el blog
Es increíble. Cada vez que lo invitábamos, pasaba exactamente lo mismo. Empezaba colgándose de la lámpara del comedor. Se columpiaba por horas. Y cuando conseguía arrancarla por completo, no hacía más que comportarse como un flan.
Silencioso. Tentador. Suculento.
Pero cada vez que se iba, era igual. Había que llamar al encargado del edificio para que nos instalara la lámpara una vez más. Y yo estaba días y días hasta eliminar por completo el caramelo impregnado por todos los rincones.
Dejamos de invitarlo. Así. Sin más.
Pasó el tiempo. Y no supimos nada de él. Comenzamos a sentirnos un poco vacíos. Entendimos que lo extrañábamos.
No nos fue fácil ubicarlo. Había cambiado su dirección y su teléfono. Se nos resbalaba.
“Como un flan” – decíamos.
El día que regresó, nadie lo esperaba. Para ese entonces ya no teníamos más lámpara. Tampoco rincones. La luz provenía de una gran ventana que ocupaba todo el techo.
Ni bien llegó, intentó hablar. Quería decirnos algo. Parecía importante, por cómo agitaba sus manos.
Cada palabra que intentaba pronunciar salía expulsada de su boca como una gran albóndiga de carne. Las primeras fueron más bien tímidas. Pero cuánto más énfasis ponía en la pronunciación, con más fuerza brotaban de su boca. Algunas lograron romper el nuevo ventanal. Y otras, las más convincentes, nos llevaron a dar un paseo.
De pronto, sin darnos cuenta, todo nuestro living se hallaba poblado por grandes bolas de carne. Se chocaban y salpicaban el empapelado.
Tapados por murallas de albóndigas, no llegábamos a verlo. Pero seguía ahí. Debajo del marco de la puerta, todavía sin animarse a pasar. Ya no se esforzaba por hacerse entender. Nunca supimos que nos había querido decir. Y nunca más supimos nada de él.
viernes, octubre 13, 2006
Nace un nuevo rincón literario
Nación Cracovia es apenas una de las actividades que este enorme grupo genera. Pueden encontrar nuestros cuentos en decenas del libros, en Imaginaria.com, en escuelas, ferias y, seguramente, en colectivos y subtes.
Pero este grupo no nació de un repollo, aunque todos nosotros somos una hermosa ensalada, sino que somos el fruto del trabajo incansable de la famosa escritora infantil Graciela Repún.
Esperamos que disfruten de este rincón literario, que poco a poco se irá llenando de voces, colores y palabras.