domingo, diciembre 17, 2006

 

Renacer

Katerina yacía extendida en la arena. Un par de horas antes pensaba que había llegado su fin. Poco recordaba del desastre de la noche anterior, del barco no había podido rescatar más que su propia vida.
Después de recuperar las fuerzas se incorporó. El paisaje era una hermosa postal desierta. Perder la calma ante la soledad no era buena idea, se sentó en la arena y dejó caer la cabeza sobre su pecho. Cuando alzó la vista su asombro fue incomparable. Vio un ave, la más hermosa que pudiera existir, sobre una roca. Púrpura, rojo, oro ... componían un arco iris entre sus plumas. La hermosura misma se erguía frente a la tristeza.
El ave la miró, desplegó sus alas y remontó vuelo. Un extraño alivio invadió a Katerina.
El ave descendió sobre las rocas y allí permaneció hasta el atardecer, como si no quisiera abandonarla. Con la luz del ocaso los colores se intensificaron, brillaban, parecía una llamarada en las rocas.
-¡Allí!!! ¡Allí hay alguien!!!- escuchó Katerina y unos hombres se le acercaron.
- ¿Quiénes son ustedes?
- No se asuste, no la vamos a dañar. Vimos el fuego desde nuestra embarcación.
- ¿Fuego?
- Si, el que hizo sobre la roca… si no la hubiéramos visto, señorita…¡mal la hubiese pasado en esta isla desierta!”
Katerina miraba sin entender. Vacilante, se acercó a las piedras; encontró cenizas y entre ellas un pequeño huevo que comenzaba a romperse. Los hombres la llamaban, ansiosos de volver al barco antes de que oscureciera. Fue hacia el bote, Agradecida, supo que ella también había vuelto a nacer.

domingo, diciembre 03, 2006

 

Lengualarga

“¡¡¡Lengualarga!!!” - Le decían todos. Y Laila seguía ahí, tímida, retraída, sin decirles nada.

Jamás lo hubiera creído…

Pero un día…¡Zas! Entró en confianza. ¡Y haberla visto! Parecía que sólo iba a decirnos algo. ¡Pero no! Su lengua comenzó a desenrollarse, y desenrollarse, y desenrollarse, y desenrollarse. ¡Y llegó hasta la esquina!

No podía entender cómo había cabido semejante lengua en aquella boquita, tan dulce, tan pequeñita.

Y siguió nomás. Pensé que eso era todo. Su lengua dio vuelta a la esquina, y le perdimos la pista. ¡Parecía no tener fin!

¿Y Laila? Bueno, lo mismo de siempre: pestañaba con delicadeza, jugaba con una de sus trenzas, se miraba la suela de los zapatos. Como si ella y su lengua no tuvieran nada que ver.

Entonces, le pregunté si sabía cómo hacer para detenerla. ¿Alguna vez han intentado hablar con la lengua afuera? Bueno, hagan la prueba. Con mucho esfuerzo intentó decirme algo, pero no le entendí ni jota. Y la verdad, es que me estaba empezando a aburrir: no hablaba, y cada vez que lo hacía, terminaba por salpicarme de pies a cabeza. ¡Ya no la soportaba más!

Así es que, con la excusa de buscar a su lengua y traerla de regreso, fui a dar una vuelta manzana.

A medida que fui avanzando por la vereda, la lengua de Laila lo hacía a mi lado. Lamió el helado de chocolate de Violeta, barrió algunas hojas secas, se enredó en las ruedas de un triciclo, despeinó a una vecina. Dobló la esquina conmigo, y juntos terminamos de dar toda la vuelta manzana. Hasta llegar a donde estaba Laila, esperándonos.

Su lengua terminó por caerme más simpática que ella. ¡Mucho más divertida! Claro: eso nunca se lo dije.

Laila le pidió que regresara. Pero su lengua no le hizo ningún caso. Entonces intentó atraparla. No se podía ir demasiado lejos. Después de todo, seguía saliendo de su boca. Y seguía siendo su lengua.

¿Y qué pasó? Bueno, si algún día pasan por las calles Céspedes y Freire, las podrán ver. Ahí están. Hasta el día hoy. Laila y su lengua. Su lengua y Laila. La una tras la otra. La otra tras la una.

Nadie entiende bien quién intenta atrapar a quién.

Dicen que ya dieron más de diez mil vueltas a la manzana. También hay quien perdió la cuenta.

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